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La resistencia al cambio

¿Por qué nos cuesta tanto cambiar?

 
 

“Es que no tengo paciencia para ponerme”

“Es que no tengo tiempo”

“Es que se me olvida”

“Es que me cuesta”

“Es que no estoy preparado/a”

“Es que necesito esto para desconectar”

“Es que necesito esto para calmarme”

“Es que le quiero”

“Es que...”

 

Todas estas frases te suenan, ¿verdad? Seguro que en algún momento de tu vida las has oído, pronunciado o solamente las has pensado. Es muy posible que, si reflexionas sobre alguna cosa que siempre hayas querido hacer, la razón para no hacerla empieza por un “es que...”

 
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Entre los múltiples objetivos que deseamos realizar a lo largo de nuestra vida, podemos encontrarnos ante “retos heroicos” (y normalmente más difíciles de conseguir), como escalar el Himalaya, descubrir una teoría científica que haga del mundo un lugar mejor, inventar un artefacto que revolucione nuestra forma de vivir, etc., o ante metas más asequibles, como dejar de fumar, sentirnos a gusto con nosotros mismos, empezar a hacer ejercicio, mejorar en algún aspecto concreto, bajar esos kilitos que nos sobran, etc. Estos últimos supuestos, la mayor parte de las veces, tienen mucho que ver con lo que hacemos en nuestro día a día y, sin lugar a dudas, son más fácilmente realizables que las “ grandes hazañas ” anteriormente citadas.

Curiosamente, realizar estos cambios, aparentemente no muy complejos, a algunas personas les supone un gran reto. Te preguntarás ¿por qué ocurre ésto? Pues las razones pueden ser muy diferentes.

 

Una de ellas tiene que ver con el establecimiento de los “hábitos y rutinas”. Está comprobado que el ser humano tiende a repetir aquello que realiza habitualmente, casi de forma automática (en ocasiones sin el “ casi ”). Si una persona se levanta todos los días con una hora de antelación para lavarse el pelo, secarlo, arreglarlo, maquillarse, escoger la ropa que se va a poner, etc., con el tiempo no le costará mucho esfuerzo madrugar para poder hacer todo ésto. Acaba estableciéndose como un hábito diario.

La repetición de una rutina viene mediada por las recompensas que se obtienen de ella. En el caso anterior, estar presentable al salir de casa y sentirse atractivo/a sería la recompensa a la dedicación empleada. Sin embargo, incluso cuando una conducta parece causar más problemas que ventajas, muchas personas continúan realizándola, y en ocasiones ésto sucede porque dicha conducta reporta “ganancias secundarias”, es decir, aunque una acción genere desventajas, se repetirá si la persona consigue algo con ella. Un claro ejemplo es el del adolescente rebelde que, para ser el centro de atención y que le hagan caso, subleva o alborota una clase y es castigado reiteradamente. Consigue con esto, además de la consiguiente reprimenda, presencia y protagonismo delante de sus compañeros, aunque la forma elegida no sea la adecuada.

 
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También podríamos estar repitiendo una rutina simplemente por miedo al cambio. Ese temor a salir de la archiconocida “zona de confort” hacia algo nuevo, cuyas consecuencias desconocemos. Y es que muchas veces nos quedamos en el mismo sitio porque no sabemos qué pasará si hacemos algo diferente, o porque pensamos que nos puede suceder algo aún más terrible si nos decidimos a cambiar.

En otras ocasiones, el salto que tenemos que dar es tan grande que tropezamos, nos frustramos, y nos negamos a volver a intentarlo, o también ocurre que no sabemos cómo hacerlo, faltándonos claramente un buen método y herramientas para tener un mínimo de garantías de éxito. Un claro ejemplo es la gente que quiere dejar de fumar, y lo intenta repetidamente una y otra vez, con poco o ningún éxito. En estas situaciones convendría reflexionar sobre qué ha sucedido, analizar los pasos que se han dado, revisar si hay alguna meta intermedia, etc. Incluso deberíamos plantearnos si tenemos capacidad por nosotros mismos para dar ese paso sin ayuda, o si es el momento adecuado para darlo.

 

Otro supuesto que podemos encontrarnos es cuando elegimos un objetivo que está fuera de nuestro alcance. En este último caso, no va a depender del método, ni de las ganas que le pongamos. Solamente erramos en la meta seleccionada. Difícilmente alguien podría llegar a ser top model de pasarela midiendo 150 cm de alto, por mucha motivación y esfuerzo que esta persona pusiese en el intento, o también será muy poco probable que un individuo de 85 años, sin preparación previa ni antecedentes deportivos de ningún tipo, consiga escalar el Everest en un plazo de 1 mes, por mucha ilusión que le haga.

 
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Sin embargo, otras veces no es el miedo al cambio, ni un mal método, ni una falta de adecuación del objetivo. Otras veces es, simple y llanamente, pereza. Instaurar una nueva rutina cuesta, porque de tanto repetir una conducta o pensamiento acabamos realizándolo de forma inconsciente, y romper esa cadena supone bastante atención y dedicación. Si te ocurre esto último, respira tranquilo, porque tenemos buenas noticias.

Resulta que la teoría de la repetición la podemos usar en nuestro favor. Si bien al principio es posible que tengas que hacer un esfuerzo de consciencia notable, cuantas más veces hagas algo nuevo, cuanto más insistas, a la larga, menos te costará repetirlo.

 
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De todas formas, para cualquier cosa que desees cambiar, la coherencia entre lo que quieres, lo que dices, lo que piensas, lo que sientes y lo que haces juega un papel fundamental. Por ejemplo, si decides modificar tu forma de comer para “sentirte mejor”, “estar más sano” o “librarte del sobrepeso”, no puedes torturarte comiendo algo que te sabe a rayos ni hacerlo a regañadientes, porque estarás obligándote a realizar algo que en el fondo no te gusta (habiendo otras muchas opciones). Si bien el esfuerzo es inevitable, tenemos que buscar la mejor manera de llegar a conseguir lo que buscamos, participando del proceso, entendiéndolo y manteniendo de esta forma la motivación alta, algo imprescindible para la consecución de una meta.

Por supuesto, si no sabes cómo cambiar una situación o no te sientes capaz, infórmate correctamente y busca ayuda. Es muy importante contar con un buen asesoramiento, basado en fuentes fiables y válidas, sobre qué te está pasando, qué puedes hacer al respecto y cómo puedes conseguir un cambio positivo y estable en el tiempo.

 

¿Te atreves a dar el paso? Contacta con nosotros. Desde BDM te ayudaremos a que consigas tus propósitos, acompañándote y asesorándote durante todo el camino. Los procesos complejos son más llevaderos cuando estás bien acompañado.

 
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